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Ideas desde una Caja

El lenguaje de greda

¿Escucharon (vieron) ustedes cómo usan el lenguaje la gente del sudeste de Bolivia? La ascendencia peninsular se manifiesta en que no se habla solamente con la boca; se usa todo el cuerpo.


¡Qué alegría del conversador cuando está con las manos vacías para poder dar rienda suelta a las mejores expresiones corporales que acompañan sus alegatos! Y como casi siempre las tienen vacías (la crisis afecta tanto, dicen), es todo cuanto puede derrochar.

Las famosas malas palabras pierden su carácter peyorativo y en un vuelco incomprensible e inesperado de sus significados, que sólo la costumbre vuelve amables, se las escucha como una muestra de cariño y casi de cumplido.

La gente del campo que habita el piedemonte fresquito con el que la llanura chaqueña se une a la serranía del Aguaragüe, casi sobre la frontera argentina, hace del lenguaje no sólo la gala de los días festivos sino que refuerzan lo que le es propio, reconociéndose en la palmada, en el estirón cariñoso del pelo, en el gesto de la cara de la muchacha con la cabeza inclinada, los ojos abiertos mirando hacia otro lado y los labios apretados y ocultos o en la posición de vocal "u", para defenderse de las insinuaciones amorosas de algún chaqueño entrador.

La risa, por demás mucho contenida, que se desborda a borbotones, es señal para que el picaflor se anote un punto.

A contrapelo de la opinión de los academicistas, este barro siempre fresco que es nuestro castellano y mestizo hablar, nos defiende de la desaparición

Las familias que se encuentran en el mercado o al salir de misa, cumplen el rito afectivo de los saludos con apretones de manos, ¿Qué tal? ¿Qué tiempo no? y los últimos acontecimientos.

Sin embargo, la seguridad de pertenecer a un grupo, el sentimiento de bregar juntos en la cotidianeidad dura y la aceptación de una tácita alianza, se muestran más nítidamente cuando se festeja a los niños pequeñitos agachándose y apretándoles cariñosamente la pequeña nariz y diciéndoles con voz fingida de guagua, lentamente y con tierna reconvención: ¡Calaco mielda! o ¡Calaco la puuuta!.

A contrapelo de la opinión de los academicistas, este barro siempre fresco que es nuestro castellano y mestizo hablar, nos defiende de la desaparición
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