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Ideas desde una Caja

Sobre Periodismo y Linchamientos

Sobre Periodismo y Linchamientos "Una de las cosas buenas de este tiempo es que si mueres de manera horrible frente a la TV, no habrás muerto en vano, habrás entretenido a muchas personas". Kurt Vonnegut.

No está escrito en ningún manual ni figura en algún tratado de moral o ética, lo cierto es que todo periodista en algún momento de su carrera debe dejar de ser un mero espectador, hacer de lado la llamada imparcialidad y tomar partido, porque de su decisión dependerá tal vez el futuro de una persona, familia o quizás de un país. En diferentes foros de periodismo se ha discutido sobre este tema, incluso, en el Congreso de Corresponsales de Guerra los hombres de prensa reunidos en La Habana, Cuba, se preguntaron en qué momento el comunicador debe abandonar la pluma o la cámara para tomar un fusil y defender al más débil.

Esta meditación surge a raíz de los sucesos en San Juan de Ixtayopan, México, donde tres policías fueron linchados, dos de ellos quemados vivos frente a las cámaras de televisión. Para colmo del horror, hasta fueron entrevistados en medio de su calvario. Esos periodistas describieron con detalle los sucesos y tuvieron tiempo para interrogar a las gentes que eran presa de la llamada histeria colectiva. El informe mostró toda la violencia pero no hubo nadie que dijera una palabra o hiciera algo para salvar a los desgraciados custodios. Al final, cuando esa masa de gente esta tratando de lavar la conciencia con procesiones religiosas masivas, también quedará en la mente de esos hombres y mujeres de prensa sobre lo que debieron o no pudieron hacer esa noche y cómo respondieron a la durísima prueba moral que la profesión y la vida les daba.

Una prueba similar llegó un día para esta periodista cuando trabajaba para la televisión peruana. Era casi medio día cuando sonó el biper y alguien al otro lado dijo: "Apúrate, tenemos al Búfalo Pacheco y lo vamos a linchar en la ladrillera de Huaicán de Cineguilla". El joven camarógrafo estaba emocionado "por la tremenda primicia" que lograríamos y preparaba lo mejor de su equipo mientras nos dirigíamos al lugar señalado. Se trataba del famoso Búfalo Pacheco, un antiguo miembro de las fuerzas de choque del Partido Aprista Peruano, el terror de los estudiantes de izquierda en sus años mozos cuando arremetía a cadenazos por los pasillos de la Universidad San Marcos. Era sabido que había vivido siempre en una vorágine de violencia, denuncias, juicios y hasta narcotráfico. Hacía una semana, este hombre, dirigiendo a un grupo de ex presidiarios había protagonizado un desalojo a sangre y fuego, quemando casuchas, apaleando a hombres y mujeres. Cuando esta periodista recorrió el lugar los desalojados lloraban buscando a sus hijos, y hasta mostraron los cartuchos de rifle disparados, pero la policía que participó en el operativo, dijo que no había cuerpos.

Admito que ese día casi no podía ocultar mi desprecio por el Búfalo Pacheco. Ante cámaras le pregunté sobre su apelativo, su dinero mal habido y poco faltó para desearle públicamente las peores maldiciones cuando dijo que "estaba con la ley".

Pensaba en todo lo despreciable que era el hombre, cuando llegamos a Huaicán. Abrieron un gran portón y cuando nos dejaron pasar a la ladrillera, recibí una de las impresiones más grandes de mi vida. Nunca podré decir cuántas personas eran, pero eran cientos y cientos, armados de piedras y palos. El camarógrafo comenzó a sudar copiosamente y, personalmente, hasta hoy la piel se me eriza al recordar los gritos y esas caras de odio. Nos condujeron durante un largo largo trecho, sorteando montículos de barro y acumulaciones de ladrillo, hasta una casucha donde tenían al Búfalo Pacheco y uno de sus lúmpenes que había participado en el desalojo. Éste estaba lleno de heridas y lloraba cuando los sacaron, pero el Búfalo, al que tenían en calzoncillos, hundió la barriga cuando se dio cuenta que lo filmaban. Con un profundo desprecio, dijo a los presentes "indios de mierda", entonces, alguien le lanzó una piedra y la sangre saltó de la ceja reventada.

Es muy difícil de explicar pero ese momento comprendí que allí acababa la noticia y que la vida humana era superior a todo.

No sé cómo pero me vi diciendo, "Alto, alto señores", y le ordené al camarógrafo que apague la cámara, así lo hizo y la puso al suelo.

"No me haré cómplice de esto, piensen, ¿qué ganan con la muerte de este individuo? Ustedes son pobres pero no asesinos, no se ensucien con su sangre, lo único que lograrán es que la policía venga, los reprima y encarcele". Esperé sudando la reacción y alguien al fondo dijo, "lo que pasa es que la Peláez ya se vendió". Pero inmediatamente les dije que en mi tierra, a ese tipo de desgraciados los humillaban pintándolos y dejándolos desnudos en la Plaza Mayor. No pronuncié una palabra más y nos sentamos a un lado.

Entonces, en medio del silencio, metieron nuevamente a los detenidos a la casucha.

No sé si los periodistas mexicanos tuvieron una oportunidad para salvar a los policías, ni sé cómo se dieron los hechos, pero hasta hoy no estoy segura si llegué a los corazones de aquellas personas desposeídas o el decidir que no filmaríamos el linchamiento hizo que le perdonaran la vida.

El camarógrafo tuvo de todas maneras las imágenes del Búfalo Pacheco cuando lo pasearon pintado y después cuando lo entregaron al fiscal. También filmó la llegada de cientos de escuadrones antimotines y mercenarios contratados por los propietarios de esa zona, pero que tuvieron que marcharse. En el canal, cuando el director del noticiero discutía conmigo sobre "la imparcialidad del periodista", el camarógrafo confesó, para deleite de mi jefe, que nunca había apagado la cámara por si "nos sucedía algo".

Unos meses más adelante supe que un comando de Sendero Luminoso había interceptado al Búfalo Pacheco y luego de un juicio "popular", había dinamitado su camioneta con él dentro. Esa vez, gracias a Dios, nadie llamó.
(de Vicky Pelaez desde Mexico, autorizada su publicación en esta bitácora)

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